La forma que tenía el Vesubio antes de la erupción del 79 d.C. es incierto: muchos creen que tenía un solo cono, otros afirman que el relieve más interno ya se había formado y por lo tanto ya mostraba su aspecto gémino. Otros datos históricos provienen de Séneca, estudioso de las ciencias naturales, quien habla del terremoto que asoló Pompeya, Herculano, Stabia, y también Nápoles y las ciudades cercanas, el 5 de febrero del año 62 d.C.: un terremoto que postró las ciudades afectadas por destruir o dañar severamente casas o edificios públicos.
El cataclismo del 79 d.C. en cambio, nos lo describe Plinio el Joven. En ese año, Vesubio despertó repentinamente y sepultó Pompeya, Stabia y Herculano con cenizas y lapilli. Pompeya y Stabia y los que allí vivían fueron destruidos por una enorme masa de ceniza y lapilli. En esta asombrosa erupción, no parece haber salido lava.
Pompeya y Stabia fueron sepultadas por lapilli, Herculano por arenas o cenizas convertidas con el tiempo y con agua en toba. Sobre Herculano, en tiempos posteriores, vio la lava, que por tanto es superior a la ciudad enterrada.
Plinio el Joven nos da una descripción detallada y exacta de aquel dramático acontecimiento. En dos cartas enviadas al historiador Tácito, éste hace una detallada descripción de los hechos y también de la muerte de su tío Plinio el Viejo, naturalista y comandante de la flota amarrada en Capo Miseno, que se había desplazado para observar de cerca el fenómeno y para vengan a ayudar a los que intentaron escapar del cataclismo.
Aquí hay algunos pasajes particularmente significativos y dramáticos tomados de la correspondencia de Plinio:
“El noveno día antes de las calendas de septiembre, sobre la hora séptima, mi madre le advierte que apareció una nube extraordinaria en tamaño y apariencia. Pasando tiempo al sol, cenó después de tomar un baño frío y acostado estudió: pidió zapatos y montó en un lugar donde se pudiera observar claramente el fenómeno. Se levantó una nube -era incierto, para los que miraban de lejos desde aquella montaña (más tarde se supo que era el Vesubio)- cuya apariencia y conformación ningún árbol podría representar jamás mejor que un pino. En efecto, llevaba hacia arriba como sobre un tronco muy largo, se abría en diferentes ramas, porque creo que primero empujó con un fuerte golpe, luego, debilitado, se detuvo o incluso, vencido por su propio peso, perdió de ancho, ya candor, ya sucio y manchado, por haber levantado tierra y ceniza. La ceniza ya caía sobre los barcos, más caliente y más densa a medida que avanzaban y la piedra pómez y las piedras negras quemaban y partían por el fuego; Ya un agua poco profunda repentina y el derrumbe de la montaña impidieron el acceso a la costa. Mientras tanto, en muchos lugares desde la cima del Vesubio, los fuegos ardían con enormes llamas. Los techos se balanceaban debido a los frecuentes y grandes terremotos... al aire libre se temía la lluvia de la piedra pómez, por ligera y serena que fuera”.
Así describe Plinio la erupción y los fenómenos que la acompañaron. La erupción del 79 d.C., debido a la importancia histórica, arqueológica y artística que han asumido los hallazgos de Pompeya, Herculano y Stabia, es sin duda la más conocida.